domingo, 11 de septiembre de 2011

Domingo 11 de septiembre: Sexto día de la novena

Domingo 11 de septiembre
Sexto día de la novena
Contemplamos a María, que al pie de la Cruz nos recibe como hijos.

Inicio:
“En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo”

Acto Penitencial
Tu que como nuevo Adán nos redimes por tu obediencia hasta la muerte. Señor ten piedad.
Tú que quieres que carguemos la Cruz cada día y te sigamos. Cristo, ten piedad.
Tu que nos has confiado a María como Madre. Señor, ten piedad.

Texto bíblico                                                                                Jn 19, 25-27
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.

Tema del día
«Mujer, he ahí a tu hijo» «Hijo, he ahí a tu Madre»
De las Catequesis de Juan Pablo II sobre la Virgen María, miércoles 23 de abril y miércoles 7 de mayo de 1997.

Estas palabras, particularmente conmovedoras, constituyen una «escena de revelación»: revelan los profundos sentimientos de Cristo en su agonía y entrañan una gran riqueza de significados para la fe y la espiritualidad cristiana. En efecto, el Mesías crucificado, al final de su vida terrena, dirigiéndose a su madre y al discípulo a quien amaba, establece relaciones nuevas de amor entre María y los cristianos. (…)
Las palabras de Jesús, por el contrario, asumen su significado más auténtico en el marco de la misión salvífica. Pronunciadas en el momento del sacrificio redentor, esa circunstancia les confiere su valor más alto. En efecto, el evangelista, después de las expresiones de Jesús a su madre, añade un inciso significativo: «sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido» (Jn 19, 28), como si quisiera subrayar que había culminado su sacrificio al encomendar su madre a Juan y, en él, a todos los hombres, de los que ella se convierte en Madre en la obra de la salvación.
La realidad que producen las palabras de Jesús, es decir, la maternidad de María con respecto al discípulo, constituye un nuevo signo del gran amor que impulsó a Jesús a dar su vida por todos los hombres. En el Calvario ese amor se manifiesta al entregar una madre, la suya, que así se convierte también en madre nuestra.
Es preciso recordar que, según la tradición, de hecho, la Virgen reconoció a Juan como hijo suyo; pero ese privilegio fue interpretado por el pueblo cristiano, ya desde el inicio, como signo de una generación espiritual referida a la humanidad entera.
La maternidad universal de María, la «Mujer» de las bodas de Caná y del Calvario, recuerda a Eva, «madre de todos los vivientes» (Gn 3, 20). Sin embargo, mientras ésta había contribuido al ingreso del pecado en el mundo, la nueva Eva, María, coopera en el acontecimiento salvífico de la Redención. Así en la Virgen, la figura de la «mujer» queda rehabilitada y la maternidad asume la tarea de difundir entre los hombres la vida nueva en Cristo. (…)
Las palabras de Jesús: «He ahí a tu hijo», realizan lo que expresan, constituyendo a María madre de Juan y de todos los discípulos destinados a recibir el don de la gracia divina.
Jesús en la cruz no proclamó formalmente la maternidad universal de María, pero instauró una relación materna concreta entre ella y el discípulo predilecto. En esta opción del Señor se puede descubrir la preocupación de que esa maternidad no sea interpretada en sentido vago, sino que indique la intensa y personal relación de María con cada uno de los cristianos. (…)
Con esta expresión, revela a María la cumbre de su maternidad: en cuanto madre del Salvador, también es la madre de los redimidos, de todos los miembros del Cuerpo místico de su Hijo. La Virgen acoge en silencio la elevación a este grado máximo de su maternidad de gracia, habiendo dado ya una respuesta de fe con su «sí» en la Anunciación.
Jesús no sólo recomienda a Juan que cuide con particular amor de María; también se la confía, para que la reconozca como su propia madre.
Durante la última cena, «el discípulo a quien Jesús amaba» escuchó el mandamiento del Maestro: «Que os améis los unos a los otros como yo os he amado » (Jn 15, 12) y, recostando su cabeza en el pecho del Señor, recibió de él un signo singular de amor. Esas experiencias lo prepararon para percibir mejor en las palabras de Jesús la invitación a acoger a la mujer que le fue dada como madre y a amarla como él con afecto filial.


Las palabras: «He ahí a tu madre» expresan la intención de Jesús de suscitar en sus discípulos una actitud de amor y confianza en María, impulsándolos a reconocer en ella a su madre, la madre de todo creyente.
En la escuela de la Virgen, los discípulos aprenden, como Juan, a conocer profundamente al Señor y a entablar una íntima y perseverante relación de amor con él. Descubren, además, la alegría de confiar en el amor materno de María, viviendo como hijos afectuosos y dóciles.
Ojalá que todos descubran en las palabras de Jesús: «He ahí a tu madre», la invitación a aceptar a María como madre, respondiendo como verdaderos hijos a su amor materno.

Santo Rosario  (Misterios dolorosos)

Preces
A cada intención respondemos: por María, nuestra Madre, escúchanos Señor.
Para que la Iglesia encuentre en María un modelo perfecto de cómo vivir su dimensión materna.
Para que todos los creyentes reciban a María como Madre, y le rindan siempre un culto lleno de confianza y devoción.
Para que María alcance la unidad de todos los cristianos, que le fueron confiados como hijos al pie de la Cruz.
Para que todas las madres cristianas descubran la nobleza de su vocación.

Oración a Nuestra Señora de la Piedad

Señora y Madre Nuestra:
Tú que llevaste en tu seno al Hijo de Dios;
Tú que sufriste al perderlo en el templo;
Tú que lo viste flagelado y coronado de espinas;
Tú que lo viste cargado con la Cruz camino del Calvario;
Tú que lo viste agonizar colgado entre el Cielo y la Tierra;
Tú que asociaste tu amadísimo Corazón lleno de dolor al momento de su muerte;
Tú que con piedad lo recibiste ya sin vida en tus brazos.
Enséñanos a llevar con la alegría de la salvación  todas las contrariedades, penas y dolores de nuestras vidas.
Enséñanos a no desesperar en la prueba, a ser pacientes y constantes, para que así, firmes en la adversidad, podamos participar del gozo de la redención.
Amén
Pbro Néstor Kranevitter

Canto

Himno a Nuestra Señora de la Piedad

Letra: P. Leandro Bonnin
Música: Miguel "Otti" Gómez


1   Siendo Jesús un niño pequeño,
profetizaba ya Simeón
que: “una cruel y terrible espada”
traspasaría tu Corazón
Un generoso SÍ respondiste
al misterioso plan redentor:
con Cristo habrías de padecer
santificando al pecador

Santa María, fuente de Amor,
Nuestra Señora de la Piedad:
haz que aceptemos la voluntad
del Padre eterno, nuestro Creador.
Danos paciencia y fidelidad,
cuando nos toque abrazar la Cruz:
haz que en las llagas de tu Jesús
hallemos siempre refugio y paz.

2. Cuando en la Cruz, Jesús se entregaba
allí estuviste, cual Virgen fiel:
cual nueva Eva, cual fiel esclava
corredimiendo junto con Él.
En esa hora triste y gloriosa
Quiso Él dejarnos otro gran don
¡Te dio por Madre a todos nosotros!
¡Miles de hijos Él te confió!

3. Santa María de los Dolores
Nuestra Señora de la Piedad,
tus hijos vienen, buscan tu rostro
buscan alivio, consuelo y paz.
En nuestras cruces nunca nos dejes,
sosténnos siempre con tu oración.
Que unamos siempre nuestros dolores
a los dolores de  la Pasión

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