martes, 12 de junio de 2012

JORNADA POR LA SANTIFICACIÓN DE LOS SACERDOTES


Ø     Viernes 15 de junio Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, se realiza la Jornada por la santificación de los sacerdotes, es por ello que invitamos a participar de la Santa  Misa y a orar por todos los sacerdotes en este día.-

sábado, 9 de junio de 2012

MISA EN HONOR A SAN ANTONIO


Se invita a toda la comunidad y a los devotos de san Antonio a la santa Misa en su honor el día miércoles 13 de junio a las 19 hs.-
También se proyectara una película sobre la vida de san Antonio, luego de la santa misa.-

viernes, 8 de junio de 2012

MISA DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE NUESTRO SEÑOR


Ø    El día sábado 9 de junio se realizará en la catedral a las 16 hs. la Santa Misa de Corpus Cristi y luego la procesión hacia la parroquia de San Miguel.- Por ese motivo se suspende la misa de nuestra parroquia de las 17 hs.-
 Misa solamente el día Sábado a las 19 hs.-, y el día Domingo en los horarios habituales 8:30, 11 y 19 hs.-

sábado, 2 de junio de 2012

Homilía de la Misa de Apertura - III Congreso Catequístico Nacional


Homilía de la Misa de Apertura - III Congreso Catequístico Nacional
Misa presidida por el Cardenal Jorge M. Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires -Predicación a cargo de Mons. Eduardo García, Obispo Auxiliar de Buenos Aires

1 Corintios 1,3-9:
“Llegue a ustedes la gracia y la paz que proceden de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.
No dejo de dar gracias a Dios por ustedes, por la gracia que Él les ha concedido en Cristo Jesús. En efecto, ustedes han sido colmados en Él con toda clase de riquezas, las de la palabra y las del conocimiento, en la medida que el testimonio de Cristo se arraigó en ustedes. Por eso, mientras esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, no les falta ningún don de la gracia. Él los mantendrá firmes hasta el fin, para que sean irreprochables en el día de la Venida de nuestro Señor Jesucristo. Porque Dios es fiel, y Él los llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor”.

Mt 11,25-30:
“En aquel tiempo, exclamó Jesús:
‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera’”.

Nos unimos al apóstol, nos unimos a Jesús en la alabanza al Padre, en la acción de gracias. Damos gracias a Dios por ustedes, y nos unimos en comunión para fijar la mirada en Jesús, el maestro del reino, el pedagogo enviado por el Padre, el catequista de sus compatriotas y de todo el pueblo de Dios. Vinimos a mirarlo para volver a aprender de Él, para hacernos humildemente discípulos en esta hora tan llena de incertidumbres y de aparentes fracasos en la que aquello que amamos también muchas veces nos duele. Como catequistas sentimos el cansancio de ver tantas y tantas veces que el resultado a los esfuerzos tienen gusto a poco y nos dejan un sabor estéril. Por eso, queremos volver nuestra mirada hacia el Señor de la historia y a su palabra, para dejarnos catequizar por Él.

Y así lo vemos en el evangelio. Jesús viene de fracasar en una serie de ciudades de Galilea, su patria. A pesar de haber realizado numerosos milagros y signos, no ha hecho brotar ni la conversión ni la fe. Sin embargo, vacío de todo derrotismo o pesimismo, prorrumpe “paradójicamente” en una alabanza llena de gozo: “Te doy gracias, Padre, porque estas cosas se las has revelado a la gente sencilla”. Oración  llena de sentimiento, llena de confianza. Jesús alaba al Padre, su Padre, porque su sabiduría es verdadera, y no como la falsa inteligencia humana, que desprecia “a los que saben menos”. Alaba porque el Padre se revela sólo a la gente sencilla, a los que no tienen vuelta, a los de corazón amplio, a los abiertos, a los que no están complicados con las cosas ni tienen ganas de complicarlas, a los limpios de corazón, los pobres, los que buscan sin bajar los brazos, los serviciales… sólo esos pueden recibir el Reino.
Se revela a aquellos que se animan a entender la vida y la historia como un andar con Dios a lo largo del cual se dejan educar. Un camino que empieza desde la aceptación de lo que son, a lo que desde siempre fueron llamados a ser, con la certeza grande de que, pase lo que pase, Dios siempre estará de su lado.

Nosotros también lo alabamos y le pedimos para nosotros en este congreso un corazón sencillo para que se nos manifieste, se nos revele.

Y lo escuchamos diciéndonos: “Carguen con mi yugo”. Esta imagen se aplicaba a la ley judía y sabemos que era insoportable, con sus 600 y pico de preceptos, que nadie podía cumplir, y apenas saber. Más insoportable resultaba por el rigor de su interpretación que lo único que conseguía era atormentar las conciencias y dominar sobre los que se sentían culpables. Jesús se compadece de los que soportaban este yugo deshumanizador. Por eso dice: “Vengan a mí”. Jesús quiere ser un alivio para todos estos. Está  convencido que la ley es para el hombre y no a al revés.

Yo les quito ese yugo que los fatiga.
Yo pongo sobre sus hombros otro yugo que los libera.
Yo les quito esa carga que los oprime.
Yo pongo sobre sus espaldas una carga que los fortalece.

Mi yugo y mi carga nueva, viva, liviana, es una sola: el amor. Alivio que a su vez es yugo, sólo que mucho más ligero, porque es el yugo único del amor. Y es un “yugo suave” porque el mismo Jesús lo lleva como ningún otro y lo hace con nosotros.

El yugo del amor es el peso menos pesado. Es peso, porque nos fuerza, porque pone sobre nosotros los pesos de los otros, porque nos responsabiliza y compromete y, a veces, como a San Ignacio de Antioquía, nos tritura. Pero es el peso más ligero, porque nos regala una energía inmensa, porque es lo único que la muerte no puede matar, porque nos hace plenos y saca de nosotros lo mejor de nosotros mismos. El que ama es capaz de trascenderse desde sus propios límites.

San Agustín en sus Confesiones decía: “Nada tan pesado como el amor, pero nada tan ligero como el amor. Mi amor es mi peso, pero es también mi estímulo, mi alimento, mi gozo, mi fiesta, mi perfume y mi fuerza. Luz, voz, fragancia, alimento y deleite de mi hombre interior”.

Hoy, igual que ayer y que siempre, Jesús nos llama a cargar su yugo. Qué hermoso poder jugar con las palabras y decirnos que cargar su yugo es dejarse subyugar por él y su evangelio de gracia. El catequista es un subyugado por Jesús porque cuando el yugo es el amor, el único que puede cargarlo es el enamorado. No es cuestión de cargar con nada, sino de hacerse cargo del amor de Dios para realizarlo en y con los hermanos, con todos los hombres. Para el que ama todas las obligaciones están de más y si falta el amor, todas las leyes son escasas.

Que estas palabras de Jesús nos marquen un camino en estos días y en nuestra misión como catequistas. Y digo en estos días porque si vinimos a buscar el método, la estrategia o la fórmula salvadora para nuestra acción, nos volveremos frustrados para nuestra misión como catequistas. Porque nos habremos llenado la cabeza de ideas y no el corazón del amor de Dios que es el único que nos da el tono justo para realizar desde la fecundidad nuestro ser catequistas. Tenemos que ser no solamente eficaces sino sobre todo fecundos. Y la fecundidad está marcada por el ritmo oscilante de muerte y vida, de entrega y resurrección, de apertura y revelación. Y para aceptar esto tenemos que tener la sencillez de aquellos que sienten que “les falta algo”, que están necesitados de algo más… y eso que falta es Jesús.

Una primera palabra: Alabar, dar gracias. Sólo el agradecido no se hace dueño, vive el gozo de haber sido regalado y regala. Sólo el agradecido valora rectamente sin vivir la amargura de lo que no se dio o no tiene, sino la alegría de lo recibido y por eso puede brindar sin imponer, enseñar sin dominar, corregir sin aplastar ni humillar y, sobre todo, hace crecer en los otros ese sano deseo de querer tener lo mismo. Sólo el agradecido no se ensoberbece por lo que es ni por el lugar que ocupa y tiene la misma mirada de ternura compasiva hacia los otros que Dios ha tenido con Él. Sólo el agradecido vive con alegría, contagia, entusiasma, atrae y puede dar razón de su esperanza. Catequizar no es dar respuestas prefabricadas sino, por la propia vida, clavar en el corazón una pregunta,  aquella que Paulo VI decía como primer paso del anuncio: “Qué tienen estos que viven así y son felices”.
Alabemos y demos gracias por nuestra vocación, por los que se acercan y buscan, por la religiosidad de nuestro pueblo que lo entronca en la historia sagrada del pueblo de Dios, por la sencillez de nuestros chicos y pobres, por el esfuerzo silencioso de tantos cristianos que catequizan con la palabra y por los que lo hacen con el silencio cargado de obras.

Una segunda palabra: Conocer. Para Jesús, Dios no es solamente "el Padre de Israel, el Padre de los hombres", sino "mi Padre". "Suyo" en sentido totalmente literal. Se atreve a llamarlo con el apelativo más íntimo y cercano con que jamás hombre alguno se hubiera atrevido a dirigirse a Dios: Abba, papito, y lo hace porque sólo Él lo conoce como Padre, y se sabe de ese mismo modo conocido. Por un lado Jesús nos manifiesta que Dios es origen primero y trascendente de todo y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos (Catecismo de la Iglesia Católica, 239).
Conozcamos desde la sabiduría que da la cercanía del amor. Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y tuviera toda la sabiduría, decía Pablo, sino no tengo amor no me sirve para nada. Conozcamos no por información sino por encuentro. Conozcamos no por sabiduría erudita sino por la apropiación que da el amor. Conozcamos no por acumulación de datos sino por el encuentro y la confianza que nos permite entrar en el corazón de Dios para así querer saber más y más del Padre revelado en Jesús.
Conozcamos la vida de nuestros catecúmenos para poder hacer de cada historia una historia de salvación. El catequista nos enseña cosas que ayudan a entrar en esa comunión que hace descubrir lo sagrado de la propia vida en la que Dios habita. Conozcamos desde el amor que se adapta a las posibilidades reales, que no nos destruye ni anula sino que nos hace más plenamente humanos, más felices. Conozcamos como Dios, que tiene paciencia con nuestras limitaciones, que nos dice: la vida que te regalo no es ajena a la tuya, te encaja perfectamente, encaja con lo que necesitás y te hace falta para ser pleno, para ser feliz.

Una tercera palabra: Recibir. El catequista no es un regulador de la fe, sino facilitador de la fe, que no pide ni exige antes de dar y que, cuando lo hace, tiene en cuenta lo que el otro puede dar desde su realidad concreta y no desde planificaciones abstractas basadas en caprichismos o ideologías pastorales dogmatizadas de moda.
Recibamos a todos con alegría y que se note. Recibamos sin pedir el ADN de la fe que tienen y sin querer garantizar de antemano el resultado y la perseverancia. Recibamos para que Dios obre.

Una cuarta palabra: Aliviar. El amor alivia, el amor no se enseña desde un discurso racional ni se impone desde un imperativo; se vive y se trasmite. Si la fe, al decir del Papa Benedicto se da por atracción, por seducción: hacer discípulos de evangelio es algo muy sencillo, tan sencillo como amar. Y por eso es sólo para gente sencilla, para los que se enamoran y no trafican con los sentimientos.
Aliviemos permitiendo que Dios nos alivie primero con su amor y que se derrame en la vida de nuestros hermanos. Aliviemos no abarrotando la mente de conceptos sino el corazón de evangelio gustado. Ser catequista es saber que los contenidos no son sólo un temario a dar sino fundamentalmente están dados por la experiencia de una comunidad que, desde sus miembros, se hace padre, madre, hermana, hermano, abuela… de aquellos que se acercan amándolos y ayudándolos a descubrir sus propios talentos que serán una riqueza para la Iglesia.
Es la Iglesia, es la comunidad la que catequiza creando vínculos sanos de pertenencia en la cual están por delante las personas y, cada año, con cada uno que se acerca, es un volver a empezar para hacer en él nuevas todas las cosas. Catequizar no es repetir fórmulas salvadoras que uniforman sino tener el oído atento a los signos de los tiempos y a las necesidades de los que Dios nos confía para que el encuentro con Jesús los ayude a recrear la mirada y el corazón, y así poder discernir evangélica-mente cada día la vida.
Quiero terminar con las palabras de Don Bosco, el gran catequista de los jóvenes: “Catequizar es amar a cada uno y dejarse amar para que así puedan amar al buen Dios”.
Morón, 25 de Mayo de 2012