miércoles, 14 de septiembre de 2011

Miércoles 14 de septiembre: Noveno día de la novena

Miércoles 14 de septiembre
Noveno día de la novena
Contemplamos a María, asunta en cuerpo y alma a los cielos, Reina del universo.

Inicio:
“En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo”

Acto Penitencial
Tú que nos llamas a compartir tu gloria. Señor, ten piedad
Tú que volverás algún día para juzgar a vivos y muertos. Cristo, ten piedad
Tú nos llamas a extender tu reinado por todo el mundo. Señor, ten piedad.

Texto bíblico   Ap 12. 1-6
Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza. Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba a dar a luz.
Y apareció en el cielo otro signo: un enorme Dragón rojo como el fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y en cada cabeza tenía una diadema. Su cola arrastraba una tercera parte de las estrellas del cielo, y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se puso delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo en cuanto naciera.
La Mujer tuvo un hijo varón que debía regir a todas las naciones con un cetro de hierro. Pero el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono, y la Mujer huyó al desierto, donde Dios le había preparado un refugio para que allí fuera alimentada durante mil doscientos sesenta días.

Tema del día
La asunción de María
De las Catequesis de Juan Pablo II sobre la Virgen María Miércoles 2 de julio y miércoles 23 de julio de 1997

En la línea de la bula Munificentissimus Deus, de mi venerado predecesor Pío XII, el concilio Vaticano II afirma que la Virgen Inmaculada, «terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo» (Lumen gentium, 59).
Los padres conciliares quisieron reafirmar que María, a diferencia de los demás cristianos que mueren en gracia de Dios, fue elevada a la gloria del Paraíso también con su cuerpo. Se trata de una creencia milenaria, expresada también en una larga tradición iconográfica, que representa a María cuando «entra» con su cuerpo en el cielo.
El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio.(…)
¿Cómo no notar aquí que la Asunción de la Virgen forma parte, desde siempre, de la fe del pueblo cristiano, el cual, afirmando el ingreso de María en la gloria celeste, ha querido proclamar la glorificación de su cuerpo? (…)
Después de haber subrayado la fe actual de la Iglesia en la Asunción, la bula recuerda la base escriturística de esa verdad.
El Nuevo Testamento, aun sin afirmar explícitamente la Asunción de María, ofrece su fundamento, porque pone muy bien de relieve la unión perfecta de la santísima Virgen con el destino de Jesús. Esta unión, que se manifiesta ya desde la prodigiosa concepción del Salvador, en la participación de la Madre en la misión de su Hijo y, sobre todo, en su asociación al sacrificio redentor, no puede por menos de exigir una continuación después de la muerte. María, perfectamente unida a la vida y a la obra salvífica de Jesús, compartió su destino celeste en alma y cuerpo. (…)
La devoción popular invoca a María como Reina. El Concilio, después de recordar la asunción de la Virgen «en cuerpo y alma a la gloria del cielo», explica que fue «elevada (...) por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf.Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte» (Lumen gentium, 59).
En efecto, a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el concilio de Éfeso la proclama «Madre de Dios», se empieza a atribuir a María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este reconocimiento ulterior de su excelsa dignidad, quiere ponerla por encima de todas las criaturas, exaltando su función y su importancia en la vida de cada persona y de todo el mundo.(…)
Mi venerado predecesor Pío XII, en la encíclica Ad coeli Reginam, a la que se refiere el texto de la constitución Lumen gentium, indica como fundamento de la realeza de María, además de su maternidad, su cooperación en la obra de la redención. La encíclica recuerda el texto litúrgico: «Santa María, Reina del cielo y Soberana del mundo, sufría junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (AAS 46 [1954] 634). Establece, además, una analogía entre María y Cristo, que nos ayuda a comprender el significado de la realeza de la Virgen. Cristo es rey no sólo porque es Hijo de Dios, sino también porque es Redentor. María es reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque, asociada como nueva Eva al nuevo Adán, cooperó en la obra de la redención del género humano (AAS 46 [1954] 635).
El título de Reina no sustituye, ciertamente, el de Madre: su realeza es un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le fue conferido para cumplir dicha misión.(…)
Así pues, los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto no sólo no disminuye, sino que, por el contrario, exalta su abandono filial en aquella que es madre en el orden de la gracia.
Se puede concluir que la Asunción no sólo favorece la plena comunión de María con Cristo, sino también con cada uno de nosotros: está junto a nosotros, porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro itinerario terreno diario. (…)
Por tanto, en vez de crear distancia entre nosotros y ella, el estado glorioso de María suscita una cercanía continua y solícita. Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia, y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida. Elevada a la gloria celestial, María se dedica totalmente a la obra de la salvación, para comunicar a todo hombre la felicidad que le fue concedida. Es una Reina que da todo lo que posee, compartiendo, sobre todo, la vida y el amor de Cristo.

Santo Rosario  (Misterios gloriosos)

Preces
A cada intención respondemos: Por intercesión de la Reina del Cielo, óyenos Señor.
Para que la Iglesia contemple a María, asunta a los Cielos, como el modelo perfecto a imitar y como la Mediadora de toda gracia.
Para que todos los cristianos vivan en permanente tensión hacia la vida eterna, en la que Cristo con María nos esperan.
Para que la certeza del reinado universal de María impulse a todos los creyentes a confiarle todas sus preocupaciones y necesidades.
Para que todos nuestros queridos difuntos sean admitidos a participar del banquete celestial, con María y los santos.



Oración a Nuestra Señora de la Piedad

Señora y Madre Nuestra:
Tú que llevaste en tu seno al Hijo de Dios;
Tú que sufriste al perderlo en el templo;
Tú que lo viste flagelado y coronado de espinas;
Tú que lo viste cargado con la Cruz camino del Calvario;
Tú que lo viste agonizar colgado entre el Cielo y la Tierra;
Tú que asociaste tu amadísimo Corazón lleno de dolor al momento de su muerte;
Tú que con piedad lo recibiste ya sin vida en tus brazos.
Enséñanos a llevar con la alegría de la salvación  todas las contrariedades, penas y dolores de nuestras vidas.
Enséñanos a no desesperar en la prueba, a ser pacientes y constantes, para que así, firmes en la adversidad, podamos participar del gozo de la redención.
Amén
Pbro Néstor Kranevitter

Canto

Himno a Nuestra Señora de la Piedad

Letra: P. Leandro Bonnin
Música: Miguel "Otti" Gómez


1   Siendo Jesús un niño pequeño,
profetizaba ya Simeón
que: “una cruel y terrible espada”
traspasaría tu Corazón
Un generoso SÍ respondiste
al misterioso plan redentor:
con Cristo habrías de padecer
santificando al pecador

Santa María, fuente de Amor,
Nuestra Señora de la Piedad:
haz que aceptemos la voluntad
del Padre eterno, nuestro Creador.
Danos paciencia y fidelidad,
cuando nos toque abrazar la Cruz:
haz que en las llagas de tu Jesús
hallemos siempre refugio y paz.

2. Cuando en la Cruz, Jesús se entregaba
allí estuviste, cual Virgen fiel:
cual nueva Eva, cual fiel esclava
corredimiendo junto con Él.
En esa hora triste y gloriosa
Quiso Él dejarnos otro gran don
¡Te dio por Madre a todos nosotros!
¡Miles de hijos Él te confió!

3. Santa María de los Dolores
Nuestra Señora de la Piedad,
tus hijos vienen, buscan tu rostro
buscan alivio, consuelo y paz.
En nuestras cruces nunca nos dejes,
sosténnos siempre con tu oración.
Que unamos siempre nuestros dolores
a los dolores de  la Pasión

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